Griezmann para remontar y soñar

El Atleti le da la vuelta a un partido que el Girona comenzó con baile y gol de Dovbyk en el 4′. El francés empató de penalti e hizo el 3-1 que cerró. También marcó Correa.

Griezmann miraba en ese momento desde el banquillo, con una bolsa de hielo gigante rodeándole el tobillo, y la sonrisa del trabajo hecho. El Atleti se concentraba en su área para repeler los ataques sin demasiado acierto de un Girona al que por primera vez habían remontado esta Liga. Los rojiblancos no solo se afianzaban en zona Champions, le arrebataban, además, el goal-average, mientras Grizi descansaba mirando como un padre a un hijo esa articulación que había firmado la sentencia, a pesar de su pulso tambaleante, ese esguince ante el Inter, y Simeone podía pensar libremente en Alemania. Azpilicueta en el carril izquierdo de una defensa con Hermoso también titular y los rojiblancos bebiendo agua cada vez que la pelota salía del campo. El partido en Madrid se seguía jugando, pero en realidad había terminado cuando el francés se retiraba, en el 68′, al poco de marcar el 3-1 que hundía por completo aquel Girona que una hora antes prometía una herida Metropolitano antes de Dortmund.

Míchel salía con Solís para contener y con Yan Couto para que se hiciera un dos por uno en defensa con Eric García, para tapar atrás, y de carrilero en ataque. El sol caía vertical sobre el Metropolitano, la grada llena de niños, el himno a capella en la garganta y Simeone desempolvando un 4-4-2 quizá pensando en Alemania y repartiendo descansos a medias (Giménez, Witsel, Llorente y Morata), sobre el campo estaban Koke y Griezmann en un once con Hermoso y Reinildo de regreso, en el que seguía Nahuel. ¡Y por ahí rascó Míchel. El argentino es un túnel hacia el área de Oblak marcado con neones y un cartel gigante que dice: “Por aquí”. Y por ahí que fue el Girona a lomos de Savinho.

Amarró un balón y cabalgó por la hierba sin oposición porque Nahuel es transparente. Al llegar al área encontró a Yangel Herrera, que abrió para Yan Couto. Éste levantó la cabeza y en el segundo palo intuyó la llegada de Dovbyk. Gol. El asistente no levantó el banderín. Todos los futbolistas de Míchal habían recibido solos, como si jugaran sin rival en el Metropolitano. El Atleti, al menos, no lo era. Cinco minutos después, Blind acarició el 2-0 de volea mientras el Cholo empezaba a perder la voz y los nervios.

Su equipo debía desgastarse si quería comparecer en el partido. Griezmann, fundido, trotaba, Correa no está y Roro va y viene. El Atleti no hacía ni cosquillas a un Girona bien plantado. La precipitación era todo pases al contrario. Los nervios, ataques sin ton. La pelota siempre de un Girona cuyos futbolistas parecían jugar con imanes en las botas. Siempre se hacían con todas. Si defendía muy atrás, incrustado casi a los pies de Gazzaniga, en cuanto robaba una, o el Atleti se la regalaba, casi siempre, salían en estampida mientras temblaba toda la hierba del Metropolitano.

Los hombres del Cholo estaban al borde un ataque de nervios, su defensa un totum-revolutum de piezas desajustadas. Simeone regresaba al 5-3-2 en el 20′ para alzar un espejo ante Míchel y comenzar a jugar, catar cuero al menos. Pero es que su equipo seguía en su modo vulgar, porque ese no lo marca el dibujo sino la intensidad. El Girona, a jugar un rondo a todo campo. Entre el cansancio de algunos y la nula presencia de aquellos a los que la rojiblanca les ha empezado a quedar grande, solo un milagro podía reenganchar al Atleti al partido. Un milagro como ese en el minuto 34. Falta lateral del Atleti botada al área, Hermoso que salta a cabecear y Miguel Gutiérrez que despeja con la mano. Penalti.

Griezmann lo lanzó por bajo pegado al palo. Gazzaniga adivinó pero no detuvo. Empate. En la siguiente jugada, Miguel estuvo a punto de entrar en la historia de la Liga por ser el jugador que comete dos penaltis en un minutos con una entrada por detrás a Correa, que exageró demasiado en la caída. A Morata se le acababa el descanso: Saúl se iba, parece tocado. Desde el gol el fútbol era escaso. Solo ruido, bronca, paradas. Savinho caía en el área de Oblak al chocar con Reinildo, en claro penalti aunque el árbitro no lo pitó, al final de otra conducción. Morata peleaba la última pelota de la primera parte como si fuese la última en la tierra. Parecía que salía pero no, no del todo. Lo salvó y con rosca lo envió al segundo palo, a ver si encontraba cabeza. Fue la de Correa, picado y a la red, por la escuadra. El Girona de hace un rato se fue al descanso desecho y el Metropolitano con el puño en alto.

El descanso para Alemania de Witsel se acabó al comenzar la segunda parte. El Atleti salió con ambición y a presionar arriba. La intensidad, la intensidad, que volvía a ser el Atleti, con intensidad nunca es vulgar. Cómo. El Girona descompuesto en jirones, a un mundo de distancia de aquel que bailaba plácido en el mediodía de sol en Madrid, salió tarde, primero, y después, enseguida, acabó por hincar rodilla. Solís defendió una pelota para dejársela sola a Griezmann se puso el pincel en su pie malo, ese que acaba rodeado de hielo cada partido, para golpear de volea a la escuadra. La pelota besó el larguero antes de irse a la red. El francés se señaló el pie antes de celebrar con De Paul como si bailara su propia Macarena y no un Atleeeti altísimo. El Girona pudo regresar al partido en la siguiente pelota, en un centro de Yangel que Dovbyk, solo, no embocó en la línea. Simeone reservó a Grizi cuando el reloj pasaba ocho minutos de la hora. Tocaba pensar en Alemania, mientras Azpilicueta salía para ocupar el carril y Griezmann mimaba con hielo su pie dolorido. El martes debe estar listo para la batalla. Como ya lo hace su dueño, el mejor jugador del mundo en estos momentos.

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